Recorrido en bus

Eran curvas y curvas en cada callejón, que con el freno anterior agudizaba mi mareo. Las ramas de los árboles contiguos a las calles estrechas pegaban contra los vidrios frágiles del bus y creaban una impresión de que ya todo quedaba expuesto. Pasaron tres señoras, algo toscas, paseando a sus dos perros, cada uno igual al otro y a sus dueñas. Su sombra se veía difusa sobre el pavimento, estupefacta por los charcos de la llovizna de la tarde. Por fin llegamos al hielo. La carretera parecía nunca terminar, y con cada metro que avanzaba el vehículo hacia delante, se sentía la superficie lisa, sabiendo que cualquier peso extraordinario, cualquier vehículo que se nos acercara en el camino, causaría una ruptura en la fina capa sobre la cual nos desplazábamos tan seguramente dentro del bus. Ya no eran curvas. Ahora era solo una velocidad exorbitante, que hacía dar vueltas a mi cabeza, y solo grababa imágenes del bus girando de forma bruta en el hielo, sin control, sin poder detenerse. Y ahí fue cuando sucedió precisamente esa ruptura del hielo - todo estaba físicamente destinado para que sucediera. Un bus del servicio de transporte público se nos cruzó levemente por la izquierda, y logré establecer un contacto visual con dos de sus pasajeros que se mostraban cansados, preocupados, pero ellos no parecían alarmados por la ruptura del hielo. 





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